
Para que los olivos se encuentren en las mejores condiciones de salud es necesario controlar los factores que puedan perjudicarle. Las patologías asociadas a factores climáticos y edáficos pueden solucionarse o mitigarse mediante técnicas tradicionales (poda, laboreo, fertilización, adelanto de recolección, etc), sin embargo, el control de plagas y enfermedades demanda otras medidas.
Hasta hace dos décadas la práctica habitual consistía en la aplicación indiscriminada de productos fitosanitarios, lo que provocaba la aparición de residuos en los alimentos y la difusión de algunos componentes dentro de la cadena trófica. Esta situación desencadenó el desarrollo de nuevas técnicas de control más sostenibles y la promoción de alimentos procedentes de agricultura ecológica.
El control sostenible, también conocido como manejo integrado de plagas, consiste en la introducción de técnicas de control biológico y prohibición de los fitosanitarios que producen mayor impacto medioambiental. Para garantizar la eficacia de cada tratamiento, se estudia el crecimiento de la población del agente nocivo y la fenología del cultivo.
La agricultura ecológica solo permite el uso de productos naturales y técnicas agronómicas que resulten inocuas para el medio ambiente, como las toxinas naturales, producidas por bacterias (Bacillus thuringiensis) y hongos (Saccharopolyspora spinosa, del cual procede el Spinosad); técnicas de trampeo masivo (mosqueros, placas engomadas, etc); y algunos productos de síntesis como el sulfato de cobre o el azufre en polvo.
Ambos métodos se asemejan en el interés de contener la población nociva por debajo del umbral económico de daños, sin erradicarla, y conservar una población mínima de enemigos naturales que compitan o parasiten a los organismos perjudiciales, manteniendo un equilibrio ecológico.